FIESTA LOS MAMUXARROS

UNANU - UNANUA (NAVARRA)

 

con el rostro completamente oculto, los mamuxarros persiguen a los vecinos y visitantes

 



En las celebraciones de Unanu, de nuevo el disfraz y, concretamente la máscara, revisten un especial protagonismo. Igual que en otras poblaciones, la chavalería del pueblo será la primera en disfrutar de la fiesta, ya que el carnaval infantil se celebra la tarde del domingo (el ihote).
 

Pero a la algarabía y actividades propias de las celebraciones habituales, Unanu aporta la presencia de sus mamuxarroak, moxaurres, o mamuxarros.

Estos personajes añaden un toque misterioso y particular al carnaval unanuense, que si bien no es tan popular como los de Lantz o Altsasua, goza cada año de la visita creciente de más forasteros que vienen a sufrir (es un decir) con estos seres, similares en su agresivo comportamiento a sus colores momotxorros altsasuarras.
 

 

 

con varas de avellano y alegres cascabeles, los mamuxarros recorren las calles en busca de sus víctimas

 

La principal característica del disfraz de estos mamuxarros es que van provistos de fantásticas, ligeras y elaboradas máscaras o caretas (katolak), forjadas en latón o hierro, y sujetas con pañuelos a la cabeza, adaptadas perfectamente al relieve de la cara.
 

Así, ocultan los rostros de los jóvenes vecinos que les dan vida por unas horas, proporcionándoles de paso un aspecto entre temible y enigmático a la vez. Y es que mamuxarre, traducido, quiere significar fantasma viejo.
 

Complementan su atuendo con camisas blancas y pulgueros, fajas rojas y negras, y pañuelos con cintas y adornos de distintos colores.

Por último, cruzado en el pecho, un cinturón de cuero con cascabeles y esquilas (pampazillak) que datan del tiempo en que los arrieros bajaban el puerto de Urbasa, y que para fortuna de los más miedosos, sirven para alertar de su inquietante presencia.
 

Pero si la apariencia no asusta del todo a los testigos de su paso sus actividades lograrán poner en fuga a más de uno.

 

 

buscando cualquier acceso para introducirse en los domicilios        escondido a la espera de la aparición de cualquier vecino

 

El frío e incluso la nieve habitual en las fechas de la celebración, no son óbice para que los mamuxarros se entreguen a la persecución y azote, de cuantos chicos u chicas se pongan a tiro, e incluso de algún adulto.

Para realizar esta labor van provistos de largas varas de avellano (makilas), de más de 2 m y medio de largo, con las que es bastante difícil quedar a salvo de sus amedrentamientos.
 

Si estos personajes lo juzgan oportuno, asediarán e intentarán penetrar en alguna casa del pueblo, para susto, y diversión de los moradores refugiados en su interior.

Tras buscar y rebuscar algún acceso (balcón, puerta o ventana entreabierta) se colarán en tromba por ella en la vivienda para capturar a algún incauto. Y haya sido cautiva en una casa o en la calle, toda persona atrapada no tendrá más remedio que arrodillarse y besar la vara de avellano, en señal de petición de clemencia si quiere volver a quedar en libertad antes de que concluya la fiesta.
 

Una vez escogida víctima, tales personajes son tan constantes en su labor, que aún se recuerdan interminables persecuciones, alargadas incluso hasta otras poblaciones de la zona, con el fin de atrapar a los fugitivos más esforzados.
 

el pícaro muttus acude sin cascabeles en ayuda de su compinche el mamuxarro

 

Llegados aquí, es probable que el lector y/o visitante confíe en que el sonido de los cascabeles que los mamuxarros portan le protegerán y alertarán de la proximidad de los mismos.

Pero, ay, para eso estos seres se hacen acompañar de otras no menos pérfidas criaturas, que les van a echar una mano en su labor, delatando a los escondidos.

Son los denominados muttus o muttuak, personajes estrafalarios, vestidos con colores vivos y en ocasiones con ropa de mujer…, pero sin cascabeles, para no ser oídos ni delatados. De ahí lo de mudos.
 

De esta manera, mamuxarros y muttus continúan divertidos corriendo de aquí para allá, y realizando tropelías y capturas por las empinadas calles de la localidad hasta la llegada de la noche, momento en que trocan su actividad en faena más materialmente productiva por medio de la recolecta de casa en casa, para organizar una copiosa cena, en la que naturalmente se comentan todas las anécdotas e incidentes que tan singular jornada ha deparado, compartiendo kilos de txistorra, los quesos elaborados por pastores del propio pueblo y garrafones de vino.

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